Inspiración, tips, guías e información para tu viaje a Jordania.
Por Andrew Evans
Se está haciendo cada vez más difícil colocar las clavijas en el suelo.
Al norte, los brillantes ganchos de cobre se hundían en el suelo como dedos en la arena. Una semana después tenía que empujar las clavijas en la tierra, sacándolas todas torcidas por la mañana. Otra semana pasó antes de que llegáramos a la roca sólida, y para entonces me había dado por completo por vencido y seguía el consejo a prueba de fallos de nuestros guías beduinos colocando piedras de tamaño de calabazas en las esquinas interiores de mi tienda y rezando por que el viento no me llevara en la noche. Ahora sé por qué todo en Jordania está construido de piedra: es lo único que no sale volando.
Mi tercera semana en la Ruta Jordana comenzó en las ruinas de dos mil años de Iraq Al-Amir, un inmenso palacio rectangular, también construido de piedra. Caminar a través de las delgadas columnas griegas nos dio una perspectiva cinematográfica a medida que descendíamos hacia el valle inclinado y comenzábamos nuestro día más largo de caminata hasta ahora.
A estas alturas, nuestro grupo de senderistas había disminuido: habíamos menos de diez descendiendo en el valle, incluyendo algunos nuevos senderistas que se habían unido a nosotros para esta tercera sección de la ruta. Mientras tanto, el calor había aumentado, por lo que a las 9 de la mañana ya estaba sudando como un hombre que emerge después de 15 minutos en un sauna. Fue durante esta nueva ola de calor húmedo que encontramos a nuestro primer wadi - un claro río de agua de lluvia, que brotaba a través de las rocas, rodeado de bambú verde y arbustos de flores azules y olorosas. Uno por uno, saltamos de un lado a otro, abriéndonos camino a través de esa selva breve y sofocante antes de emerger en el otro lado y enfrentar la verdad: una pared casi vertical de tierra para la que no existe una manera fácil de subir.
La única forma de hacerlo es subiendo, y la Ruta Jordana me ha enseñado que "arriba" sólo sucede con pasos individuales, levantando una pierna después de la otra, cada músculo trabajando para empujar mi cuerpo y mochila arriba, sobre la colina. Una vez que todos llegamos a la cima de nuestro primer ascenso importante, resoplando con fuerza y con la cara enrojecida, descubrimos un pequeño parche de la civilización que se convirtió en una exuberante tienda de carretera sin pretensiones que vendía pelotas de playa, trajes de baño y sombreros de sol para los vacacionistas con destino al mar Muerto.
Como zombis sobrecalentados, abarrotamos el refrigerador al aire libre de la tienda, sacando refrescos fríos, agua helada y bebidas de yogur. Luego entramos en la tienda y comenzamos a hurgar a través de cajas de papas fritas, galletas y aperitivos salados, como si estuviéramos buscando en nuestras propias alacenas de vuelta a casa. Supongo que la amable comerciante, Um Youssef, podría haber encontrado nuestra aparatosa presencia desconcertante, pero una vez que comenzamos a darle dinero en efectivo y explicar que no éramos víctimas perdidas del calor, sino de hecho senderistas en nuestro camino a Aqaba, se volvió sumamente maternal, guiando algunos al baño privado de la tienda, y proveyendo de todas las paletas y conos del helado para cubrir nuestros ansiosos deseos.
Pero rápidamente este pequeño oasis de comodidad artificial desapareció detrás de nosotros, y al subir aún más, entramos en otro reino -casi místico- donde un bosque de pinos escarpados hacía que el olor del aire estuviera vivo y fresco. La lluvia invisible nos tomó por sorpresa justo cuando estábamos terminando nuestro té bajo los árboles. Se fue tan rápido como vino, dejando el mundo fresco y mi cara húmeda, con ríos corriendo por mis lentes. El verdadero regalo de la Ruta Jordana es el poderse sumergir totalmente en la naturaleza: puede ser la lluvia o el viento, el polvo y la piedra, las ranas y las estrellas por la noche, y los lagartos ocupados que corren más rápido que mis ojos. Y es la gente que vive en esta naturaleza, moviéndose con sus siempre cambiantes colores y estaciones.
Era tarde cuando vi a las ovejas, cien o algo más, marrones y blancas, cuello a cuello, todas atadas juntas, mientras las hijas de una familia se ocupaban en ordeñarlas una por una. El ordeñar a las ovejas es una habilidad rara que apenas se parece al ordeñar a una vaca; o incluso a una cabra. Hablo como un hombre con experiencia, habiendo ordeñado vacas y cabras en varios continentes, pero hasta este raro momento en lo alto de una montaña cerca de Husban, nunca había intentado ordeñar una oveja.
Según los Mohammadin (nuestro par de guías, ambos llamados Mohammad; ambos de ellos pastores de toda la vida), el truco es tirar de la pesada ubre entre las piernas de la oveja y luego apretar por encima de la tetilla bulbosa. El éxito es cuando sale un largo chorrito de leche de oveja que salpica melódicamente en el cubo de plástico blanco. El fracaso es no obtener leche en absoluto y tener una oveja descontenta que sabe que está tratando con un torpe amateur. Hablo con experiencia, al haberme arrodillado detrás de esa oveja y tratar de ordeñarla, con apenas el resultado de haber empapando mi mano con el goteo de la escasa leche. La paciente familia beduina siguió mostrándome los defectos de mi técnica –todo está en la muñeca y las yemas de los dedos-, pero pronto nos dimos cuenta de que no tenía esperanzas. Ordeñar las ovejas no es el tipo de arte que uno comienza a aprender y de repente ya es profesional. Estas niñas beduinas han ordeñado ovejas durante años, y vi como sus hábiles manos llevaban a cabo la tarea en la que yo había fallado, llenando el cubo espumoso y luego soltando a la paciente oveja, que rápidamente se alejaba de nosotros como niña saliendo de la escuela.
Aceptando el hecho de que soy incapaz de sobrevivir como pastor, compramos un kilo de queso casero de la familia: fresco, blanco, suave y extra salado. El joven hijo salió corriendo de la tienda tejida de lana de cabra, levantando el fardo como el objeto que era: un tesoro que empezó siendo como tierra, regada por la lluvia, y llegando gradualmente a nosotros a través de hierbas y ovejas hambrientas, como leche rica, y finalmente como el queso que disfrutamos a lo largo del camino, despidiéndonos de nuestros inesperados amigos.
Ya estaba oscuro cuando llegamos al campamento, demasiado oscuro para ver mi tienda mientras la desplegaba como una bandera al viento. Un lejano retumbar de truenos anunció una segunda capa de lluvia, más dura y pesada que la capa anterior y con el tipo de ritmo cómico visto en los programas de televisión de bajo costo. En tres minutos, mi mochila, yo y el interior de mi tienda estábamos todos empapados. Se detuvo tan rápido como empezó, y así, goteando en la oscuridad, reanudé la construcción de mi refugio de noche desde el interior de la tienda, colocando piedras en las cuatro esquinas, desenrollando mi saco de dormir e inhalando el olor de la Tierra recién lavada. Casi seco, cerré los ojos y dejé que el viento me arrullara hasta dormir.
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